Foto: Elia R. Pictures |
Las
verdades absolutas o realidades no son más que puntos de vista derivados de
diversas instancias o marcos de
referencia. Algunos padres, por ejemplo, al presenciar el brote psicótico
de su hijo lo llevan al sacerdote porque creen que se le metió el diablo;
buscan otorgarle un significado al suceso y lo hacen bajo el marco de referencia de la religión,
intentando resolver la problemática con agua bendita, rosarios y rezos. Si un
psiquiatra observa al supuesto poseído quizá pueda apuntar que tiene
esquizofrenia y prescribir un antipsicótico. El médico general diría que
pudiera tratarse de un ataque epiléptico y tal vez recomendaría hacer algunos
exámenes. Un terapeuta familiar sistémico diría que el joven parece mostrar comportamientos
psicóticos, dirá que no se trata de una afección individual, sino de algo que
surge a partir de la manera en que se comunica la familia y las reglas que
gobiernan las interacciones, así, lo lógico sería sugerir una primera sesión
terapéutica con la familia y el paciente, además de expresar la importancia de un
tratamiento conjunto con el parte médico. Bajo esta línea de pensamiento no
podemos hablar de quién está en lo correcto y quién está equivocado. Existen
tantas realidades como observadores, cualquier postura es válida, ya que
brinda una forma o un método distinto de aproximarse a aquello que cada uno
entiende por realidad.
Vivir
en sociedad nos lleva a buscar acuerdos, consensos de todo tipo en pro de la armonía,
la convivencia y el entendimiento. Sin embargo, algunas veces tomamos las convenciones
por leyes absolutas. Creemos que nuestros anteojos son los únicos. Dentro del
consultorio es común escuchar gente en desacuerdo con lo que debe de ser de
acuerdo a la sociedad; eso no me convence, no me llena, no me hace sentido,
dicen. Si no me va tan bien como a mis hermanos en los negocios soy un
fracasado; este niño se comporta de forma diferente, algo anda mal con él; si
no soy madre no estoy realizada como mujer; mi mujer no me atiende ni cocina no
es una buena esposa. Cuando las personas se comportan diferente a la convención
social o a nuestros marcos referenciales
no necesariamente es sinónimo de enfermedad.
Hay
quienes piensan que los que van a psicoterapia están locos o tienen un problema
grave -éste es también un constructo social-. Asistir a consulta también es oportunidad
para descubrir qué fragmentos referenciales he elegido para mi vida, qué tan adecuados
son para mí o cómo colaboran en mi proceso de crecimiento, ya que algunos de
los constructos adquiridos son voces ajenas interiorizadas, voces, tal vez,
caducadas hace tiempo. ¿Pensar esto de mí me hace feliz? ¿Me ayuda a crecer?
¿Para qué pienso esto? ¿De dónde provienen éstas ideas? ¿Quién dijo que debería
ser así? Son preguntas frecuentes, íntimas. Si no existe una realidad absoluta,
si yo elaboro mi propia visión: ¿por qué elegir la opción que menos me
beneficia? ¿Por qué elegir la opción que me hunde en lugar de aquello que me
eleva y abre posibilidades inéditas, aquello que amplía el panorama? Las ideas
que elegimos –o introyectamos de los marcos
de referencia- como verdaderas para nosotros terminan por elaborar nuestra
realidad. Viene al caso recordar la anécdota narrada por Watzlawick:
“Un
especialista en hipnosis muy respetado por sus capacidades y sus éxitos
clínicos fue invitado a dirigir un seminario para un grupo de médicos en casa
de uno de éstos, donde observó —como él mismo refirió— que «todas las
superficies horizontales estaban cubiertas de ramos de flores». Debido a que
padecía una fuerte alergia a las flores naturales, casi inmediatamente percibió
en los ojos y en la nariz las bien conocidas sensaciones de picor. En ese
momento se dirigió al dueño de la casa y le comunicó su problema y su temor de
que en aquellas circunstancias no podría dirigir el seminario. El anfitrión manifestó
su sorpresa y le pidió que examinara las flores, que eran artificiales; en
cuanto lo comprobó, su reacción alérgica desapareció con la misma rapidez con
que se había presentado. Parece que este ejemplo proporciona una prueba clara
de que el criterio de la adaptación a la realidad es, después de todo,
plenamente válido. El hombre pensaba que las flores eran verdaderas, pero en
cuanto descubrió que eran sólo de nailon y de plástico, el choque con la
realidad resolvió su problema y él volvió a la normalidad”.¹
Si
lo que percibimos son construcciones, ficciones, y nada es absoluto, lo que
ocupa a la psicoterapia es buscar co-construir con el paciente nuevas
construcciones o ficciones que resulten más llevaderas y no sean dolorosas para
quien las ejerce. La idea sugerida en el texto anterior es: el problema no son
las cosas sino lo que pensamos de ellas. Así pues, la propuesta en psicoterapia
es la de cambiar lo que pensamos de las cosas hacía ideas diferentes que
amplíen las representaciones que hacemos de la realidad mejorando nuestra
relación con nosotros mismos y con quienes nos rodean. El proceso terapéutico
termina cuando el que asiste a terapia considera que su relato de sí mismo y la
realidad que lo rodea ha logrado redimensionarse de manera satisfactoria. Finalmente,
debo mencionar que este artículo está también plagado de constructos de
realidad, así que invito al lector a formar su propio criterio y a saber que su
opinión es igual de válida que la de quien escribe.
¹ Watzlawick, P. Nardone, G. (2000) Terapia breve estratégica. Barcelona: Paidós.
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