La
ciencia hoy en día busca nombrar y etiquetar lo que ocurre en la vida cotidiana
en términos de normalidad o anormalidad, bienestar o malestar. Hace poco leí en un sitio web que la moda de
tomarse autorretratos con el celular, más conocida como selfie, es una
manifestación de tendencias narcisistas, de trastorno de personalidad -claro,
dependiendo del número de selfies que se toma la persona en un día-. La
terapia sistémica toma como principio básico para su quehacer clínico y
epistemológico la frase de Alfred Korzybski: el nombre no es la cosa
nombrada, el mapa no es el territorio.
Puede
parecer complejo, sin embargo si tomamos de manera literal e imaginamos un
mapa, entendemos que es únicamente una abstracción o representación de un
territorio concreto representado por líneas, figuras, símbolos. La importancia
de los símbolos, su trascendencia, reside en el consenso social existente, es
decir: la gente puede ver un pictograma y saber lo que significa y por lo tanto
interpretar el territorio. De igual manera los humanos hemos creado mapas de la
realidad.
El
tema que nos ocupa es la normalidad mental. Al paso del tiempo se han transformado
las explicaciones que dan a los “trastornos mentales” o aquello que parece
anormal. En épocas antiguas se explicaba la locura como algo proveniente de los
dioses, en la edad media fue algo demoniaco, incluso hace pocos años la
homosexualidad era considerada una patología, una enfermedad. Resulta difícil
creer que hoy día existan en las ciencias de la salud mental etiquetas que
generalicen, encierren, atrapen y condenen al sujeto. Sin embargo, es sencillo
para los psiquiatras –por ejemplo- tener un libro de signos y síntomas que
proporcionen un diagnóstico, facilita su labor; si el paciente no duerme, no
come, piensa en la muerte, ha perdido motivación, entonces tiene depresión y,
según la frecuencia en que se presentan los síntomas sabe si la depresión es
severa o crónica, por ejemplo.
Las
consecuencias que esto trae a la sociedad son significativas, ya que en algunas
ocasiones definen el comportamiento de
la gente, sus pensamientos, y se construyen ideas en torno a ello. La
depresión, por ejemplo, es una categoría que engloba y contiene diversos signos,
como la tristeza, el llanto, intentos de suicidio, insomnio, entre muchas
otras, no obstante dichos signos no se traducen necesariamente en depresión. En
terapia sistémica se toman estas categorías (“depresión”) como principios
dormitivos, esto es: poner una etiqueta a algo para dar una explicación
sobre lo que ocurre.
¿Qué
es lo que le ocurre? Lloro mucho, no duermo, pienso en morir, no como. ¡Ah!
entonces tiene usted depresión. ¿Qué es
la depresión? Es cuando una persona llora mucho, no duerme, y piensa en morir.
Categorizar
el sentir humano es propio de un ejercicio de poder y autoridad que se concede a
diversas instituciones que fungen como referentes de salud. Lo destacado es la
forma en que dichos diagnósticos afectan la vida de quienes aceptan las
etiquetas que los referentes les imponen. Hablo del impacto que tienen en
sus vidas cotidianas y las de sus familias,
ya que es probable que se comportaran de acuerdo a la etiqueta impuesta por el
referente; esto elimina la
responsabilidad del sujeto sobre sí mismo, sobre aquello que lo aqueja. Si el
paciente toma un antidepresivo y no siente mejoría entonces hay que cambiar de
antidepresivo, no de comportamientos, relaciones, pensamientos o lenguaje. Resulta
más sencillo para el paciente, los médicos y las familias, además contribuye a
un modelo capitalista donde la importancia recae en el ahorro, de tiempo, de
dinero, etcétera.
En
el campo de la salud mental y en algunas corrientes psicológicas se busca que
el paciente adopte una realidad única e incuestionable. Dicha desadaptación
suele traer sufrimiento a él y a quienes lo rodean. Dicho modelo busca que el
sujeto se adapte a la realidad, no la realidad al sujeto. Estas formas a las
que el sujeto debe adaptarse están condicionadas por modelos sociales,
consensos científicos aceptados por la población. Pensemos en una mujer que
llega a terapia porque su hija es lesbiana, eso, según ciertos referentes, es
producto de una desadaptación a la norma. Ella diría que prefiere que su hija
se case con un hombre, aunque le pegue, que con una mujer. Por lo menos va a
poder mantenerla, dirá, satisfacerla económicamente. Lo que busca esta mujer es
que su hija esté en sintonía con la vida cotidiana, donde lo “normal” es que a
una mujer le guste un hombre; lo más probable es que su hija continúe siendo
lesbiana y que el proceso terapéutico no se enfoque en llamar a la hija para
hacerla cambiar de opinión; sin embargo buscar la manera de conocer por qué la
madre construye la realidad de la manera en la que lo hace y comenzar a buscar
otra construcción que no le resulte tan dolorosa y le sea más útil tanto para
su vida cotidiana como en su interacción con su hija.
Existen
cierto tipo de soluciones que no resuelven el problema, sólo lo intensifican.
En otras palabras, sale más caro el remedio que la enfermedad. Las personas,
desde la lógica o el inexistente sentido común, buscan desesperadamente dar
solución a sus problemas y suelen terminar empeorándolos o promueven la
existencia de uno nuevo, como una persona que cae en arenas movedizas y al
moverse para salir termina hundiéndose cada vez más. Los clientes llegan a
consulta con problemáticas debido a ésto, a que algo en sus vidas no es
“normal”, o no es lo que esperarían. Sin embargo, el papel del terapeuta sistémico
no es el de “normalizar”, es el de ampliar el panorama de pensamiento, el de
construir nuevas realidades más constructivas y funcionales en conjunto con el
sistema- sujeto(s). Es útil tener en cuenta estas ideas en nuestra vida
cotidiana, recordar que los sujetos construyen su realidad partiendo de una
epistemología singular que se produce en el marco simbólico de la familia, la
educación, la religión y demás incidencias institucionales donde las formas
simbólicas transmitidas se asumen como ley, como lo que debe respetarse. Me
quedo con la frase: el problema no son las cosas, es lo que pensamos de ellas,
para reflexión en posteriores artículos. Lo anterior se entremezcla en nosotros, parte
de la labor terapéutica es des-entremezclarlos y así estar en condiciones de formar
nuevos constructos que resulten más nutricios, permitan el crecimiento y sean
adecuados al sujeto.
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