Cuando
las personas esperan un hijo, sea adoptado o biológico, comienzan a configurar en
su mente un esquema, una representación interna de lo que se espera de esa
pequeña semilla que va a llegar al mundo. Muchos padres desean que sea hombrecito
y le guste el fútbol; la abuela espera que sea niña para poder comprarle muchos
vestidos y moños; la madre sigue todos los métodos que leyó en internet para
poder concebir niña: dieta rica en magnesio y calcio, por ejemplo, o tener
relaciones sexuales 12 horas después de la ovulación, que sea ella quien tome
la iniciativa del encuentro erótico, etcétera. Estos bebés están por entrar en
un mundo donde incluso antes de existir ya se espera que sean, hagan y sientan
de determinada forma.
La
imagen del niño ideal es aquella que otros desean encontrar en el
infante, a través de ella lo miden, comparan y juzgan. No utilizo el adjetivo ideal en términos de perfección, pero en
la mayoría de los casos es lo que se espera, niños perfectos que no den
molestia o causen inconvenientes, que sean presumibles con las amigas el
domingo en el club. ¡Qué niño tan bien portado, apenas hace ruido! ¡Tú hijo
está en el cuadro de honor, vi su foto, qué orgullo! Señora su hija tiene
claras características de liderazgo, las otras niñas la siguen mucho, es una
triunfadora. Claro que los padres se alegran al escuchar cumplidos a sus hijos,
la preocupación inicia cuando este niño
no es líder, cuadro de honor, juega, grita, o no tiene las habilidades sociales
que le gustarían a los maestros o a los padres, es decir: no se parece a lo que
debería ser, a la imagen ideal que proyectan sobre ellos. ¡Mi hijo tiene un
problema! O en algunos casos ¡mi hijo es un problema!
Me
sorprende bastante, en la práctica clínica, esta aseveración, sobre todo la
ligereza con la que se hace. Es necesario hacer una diferencia entre síntomas
que pueden afectar directamente el bienestar del infante y su desarrollo (fobias,
enuresis, ataques de pánico, agresividad, mala conducta en la escuela) y
aquellos que surgen a partir de que el niño no cumple con las expectativas
–imagen ideal posada sobre el hijo- del padre: mi niño no tiene tantos amigos,
no es popular, mi hijo juega con muñecas, se la pasa en el celular, bajó un
punto de promedio en sus calificaciones, no logro hacer que mi hijo obedezca.
Desde
la perspectiva sistémica los síntomas suelen ser un reflejo de algo que ocurre
en el grupo familiar, una analogía o metáfora de un problema que ocurre dentro
del núcleo que requiere ser solucionado por los integrantes, usualmente
relacionado con modos de interacción y organización -este es un tema
interesante y complejo, sería necesario abordarlo en el futuro de manera
independiente-. Los segundos tienen que ver con algo que ocurre entre los
miembros de la familia pero en un tipo lógico distinto relacionado con las
premisas y creencias de sus ocupantes.
En
la forma de plantear el problema se encuentran las maneras de solucionarlo. Si
una madre afirma: “mi hijo no tiene amigos” y por ese motivo lo lleva a
terapia, pudiéramos confrontar a la señora diciéndole: el problema no es su
hijo no tenga amigos, sino lo que eso genera en usted y en su hijo cuando se lo
comunica, porque entonces el niño, que tal vez asumía su situación con
naturalidad, empieza a sentirse inadecuado.
Aquí, es pertinente rescatar la frase de White y Epson “el problema es
el problema, la persona no es el problema”. En terapia se trabaja bajo esta
premisa, no buscando modificar al niño por que el padre cree que salió
defectuoso, sino por el contrario generar consciencia en el impacto que tienen
los adultos en su vida. Los padres y la familia extensa conforman un núcleo de
elaboración de realidades fundamental y hay quienes hasta edad adulta existen
para satisfacer la imagen ideal de la madre o del padre. Lo que dicta la
familia es ley y no puede ni debe cuestionarse, esto muchas veces a expensas de
la propia felicidad.
Si
para un adulto razonable es difícil romper con las exigencias familiares
imaginemos lo que significa para un niño que está en etapa de aprendizaje y se
encuentra totalmente alerta y receptivo a aquello que lo rodea; percibiendo una
realidad sin tantos filtros. Cuando éramos niños elaborábamos y construíamos la
realidad de una diferente a la de ahora, intentemos recordar cómo explicábamos
el nacimiento de un bebé o algún problema en nuestra familia. La invitación a
padres, maestros o cualquier adulto en interacción con niños es a apreciar y
respetar la forma de ser y comunicarse del niño, buscar cuáles son sus talentos
e invitarlo a desarrollarlos, tomar responsabilidad sobre los escenarios que
generamos para su desempeño, festejar lo diferentes que son, aprender de ello, cuestionarme
como padre en qué hago foco de mi hijo, si estoy fomentando con mi interacción
y la forma en que me comunico sus defectos o virtudes.
MTFS Yohanna Guerra
No hay comentarios:
Publicar un comentario